viernes, 1 de marzo de 2013

CUEVA DE LADRONES

Compruebo cada día con tristeza que esta situación convulsa que vivimos y que ha llevado a numerosas personas a malvivir en los límites de la dignidad humana no mueve todas las conciencias por igual. Los límites que nos hemos dado esta sociedad para una convivencia pacífica se prestan habitualmente a interpretaciones interesadas. Y no se trata de dilucidar el bien del mal. Para nuestra desgracia depende mucho de quién hace el mal o el bien, porque si es de nuestro signo político o religioso seremos más o menos condescendientes con él, mientras que si el sujeto a valorar es de otro signo político, o simplemente ajeno a los valores que nosotros consideramos adecuados y correctos, la crítica es implacable. En definitiva, la hipocresía inunda cada vez más nuestro criterio y posicionamiento. Lo ancho para mí, lo estrecho para ti. No importa quien está en posesión de la razón o quien intenta hacer el bien, sólo importa a qué color político representa cada cual. Al mismo tiempo y cada día descubrimos con estupor una cascada de corruptelas y abusos de poder mal disimulados y entretejidos por parte de una clase política, económica y financiera de determinado signo que cada día muestra con con menos vergüenza los entresijos y la podredumbre del poder.

Compruebo también con estupor y tristeza como personas que se dicen creyentes y de misa frecuente, no dudan en volcar sus odios y frustraciones en los que simplemente piensan de manera diferente. El odio a lo diferente rezuma su bilis en muchos comentarios que habitualmente leo en la red. El respeto a la libertad de expresión simplemente no existe. Al que piensa de forma diferente se le insulta y vilipendia sin el menor respeto. Claro que también esto último sucede cuando se carece de argumentos suficientes para convencer al otro de su punto de vista. Pero insisto, me resulta realmente triste y descorazonador en personas que presumen de ser seguidoras de las enseñanzas de Cristo.

Hace muy poco he terminado de leer un libro sobre la guerra civil titulado “El Holocausto Español” del británico Paul Preston. Como dicen que el saber no ocupa lugar me he puesto a esta dura tarea durante las últimas semanas, y debo reconocer que me ha costado muchísimo leerlo, principalmente por su durísimo contenido. En el se relatan las atrocidades cometidas antes, durante y después de la guerra civil española, y me entristece comprobar escuchando y leyendo a muchas personas, lo poco que aprendimos de aquella azarosa época de nuestra historia reciente, que los polvos que condujeron a aquellos lodos son muy parecidos a los que ahora estamos viviendo. Que la hipocresía, los odios y mentiras interesadas, basadas en los personalismos y egoísmos sin límite son caldo de cultivo también hoy en día. Que tampoco esta democracia está tan asentada como creíamos, principalmente porque se construyó sobre unos cimientos endebles, y todo lo que se construye sobre cimientos inadecuados está condenado a que se tambalee ante la más mínima sacudida. Ya se empiezan a escuchar en boca de los voceros de turno llamar al ruido de sables para intentar aplacar con la bota del miedo el descontento y desconcierto de una sociedad maltratada en beneficio de unos pocos.

Mi máximo respeto y admiración para las personas que vuelcan sus creencias y su fe en la ayuda a los demás. Sin embargo permítanme un punto de desconcierto con los que presumiendo de religiosos y creyentes rezuman odio a la más mínima contrariedad.

Permítanme, con todos los respetos, un apunte para la reflexión:


Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?».
Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Después Jesús entró en el Templo y echó a todos los que vendían y compraban allí, derribando las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas.
Y les decía: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».
Mateo 21:10-17



Maestro Pancho.-

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